viernes, 23 de octubre de 2015

EL FANTASMA DE GAUDÍ

El fantasma de Gaudí -El Torres y Jesús Alonso Iglesias
El Torres y Jesús Alonso Iglesias
Dib•Buks. Madrid, 2015.
124 páginas, 22 euros.

ROMPECABEZAS SANGRIENTO


No extraña que El Torres, un guionista que habitualmente escribe pensando en públicos masivos, firme un trabajo de encargo a partir de una idea de su editor. ¿Qué tal algo sobre Gaudí? ¡Perfecto, claro que sí!


Como el propio escritor confiesa en el epílogo, tras esa aceptación inicial tardó más de dos años en dar con un concepto alrededor del cual construir el álbum. Empleó sus propias dudas respecto al personaje y al proyecto para dar forma a la figura del villano que es, ya lo adelanto, el punto más débil del relato. La cuestión es que finalmente se puso manos a la obra acompañado como acostumbra de un dibujante joven pero talentoso. En este caso se trata de Jesús Alonso Iglesias que, como tantos otros autores de comics en los últimos años, proviene del mundo de la animación. Se le nota en lo enfático de sus puntos de vista y en el carácter un poco caricaturesco de sus figuras, que lo emparentan con creadores como Rubén del Rincón, por ejemplo. Pero es un correcto narrador, ha hecho sus deberes en cuanto a la representación de los edificios de Gaudí (un asunto no menor en esta obra) y aplica una gama de color muy ajustada a lo que cuenta, quizás un poco más oscura de lo necesario, supongo que a causa del papel elegido, mate y poroso.

En general el apartado gráfico no decepciona, permitiendo que el lector pasee por algunos de los edificios más emblemáticos de Gaudí, subrayando su particular simbolismo, su expresividad y hasta su sugerente surrealismo, anticipo de otros delirios a los que el arte se abandonaría con posterioridad. Y que la arquitectura dejaría de lado para encerrarse en el árido mundo del minimalismo y las formas más despojadas.

Sobre ese marco tan atractivo El Torres construye una historia de asesinatos en serie, cajeras videntes, juezas insatisfechas, excéntricos expertos en arte e inspectores que intentan hacerse perdonar anteriores fracasos. Un conjunto de elementos que maneja con aparente facilidad y evitando los innumerables tópicos que rodean estas ficciones. No es sencillo, en tiempos del C.S.I., abordar asuntos como estos sin resultar ridículo o caer en el cliché de polis duros y brillantes psicópatas. El Torres se las apaña para esquivar muchos de los errores habituales confirmando su posición como uno de los guionistas más interesantes de este país.

La trama avanza sin desmayo, los personajes son creíbles y hablan con naturalidad y los escenarios, una parte fundamental del conjunto, se integran en la narración sin que nada chirríe. Porque al final de eso se trata: emplear una excusa que lleve al lector de una obra de Gaudí a la siguiente, intercalando por el camino datos e ideas que permitan comprenderlo mejor. Ese objetivo se consigue sin duda y con creces. No sólo se adopta el lenguaje de la serie negra, el asesino viene acompañado por fantasmas que susurran a los protagonistas desde el más allá, un guiño coherente con la espiritualidad de Gaudí. El gran problema, la mayor debilidad y probablemente único defecto del álbum es el villano, como ya he adelantado.
El Torres trata, a través de él, de mencionar un asunto peliagudo, como ha sido la relación de amor y odio que el mundo del arte ha mantenido con el genial arquitecto. Despreciado durante años, arrinconado, con la ciudad avergonzándose de unas excentricidades que no tenían cabida en el proyecto moderno, delirios de un católico y conservador, han sido finalmente los turistas, también menospreciados, quienes primero reivindicaron la obra de Gaudí, hasta alcanzar el respeto del que disfruta hoy en día. Nada nuevo, quienes acudan a la Casa-Museo de Víctor Horta en Bruselas, otro extraordinario arquitecto, podrán admirar en el sótano la maqueta de su Casa del Pueblo. El original fue derribado en los sesenta para erigir alguna mierda más moderna. Y todos conocemos casos cercanos de edificios o monumentos cuya presencia molesta a algunos rabiosos iconoclastas.

Esa incomodidad hacia un creador al que por otro lado se admira es encarnada por El Torres en la figura de su malo. Pero como es sabido no todas las buenas ideas construyen buenos personajes. Lo que no impide que este sea un trabajo que se puede disfrutar por muchos motivos y muy recomendable.