jueves, 26 de abril de 2012

LOS MUERTOS VIVIENTES de Kirkman y Adlard

Los muertos vivientes de Robert Kirkman y Charlie Adlard
Planeta DeAgostini. 2012.
134 páginas, 7,50 euros.


VIVIR Y MORIR


Pocas series de comic han conseguido tanta popularidad como Los muertos vivientes. Su salto a la gran pantalla ha demostrado que, más allá de sus premisas genéricas, puede conmovernos con personajes que intentan sobrevivir en un mundo incierto y cruel.


A priori la saga nos ofrece todo aquello que esperamos de un relato de zombis. Sangre y cerebros masticados, brutalidad gore y terror primario. Pero pronto se aprecia la sabiduría de Robert Kirkman, su guionista, que en la presentación televisiva definía el producto más como un relato de supervivencia que de zombies.

Si uno de los momentos álgidos de la segunda temporada era el enfrentamiento entre el grupo y el personaje que luego era azarosamente devorado por un “caminante”, en el último número del tebeo (hasta la fecha) llama nuestra atención esa incierta recuperación del hijo del protagonista, tiroteado en el episodio anterior.

En ambos casos notamos una de las constantes de esta ficción. Su voluntad de afrontar algunas graves preguntas. Ya sean estas qué nos hace humanos y en qué momento debemos renunciar a lo que consideramos la civilización. O cuales son nuestros motivos para vivir en un mundo salvaje, sin esperanza, cuando la muerte alcanza a los seres que queremos y la soledad y el miedo nos desgarra por dentro. No son preguntas sencillas y la heroicidad del protagonista (ese sheriff magníficamente interpretado en la televisión por uno de los actores de esa joya que es Love Actually) consiste en buscar respuestas e intentar sobrevivir a toda costa. Debe hacerlo, tiene un hijo que depende de él y el relato insiste en su responsabilidad, incluso cuando todo lo que le rodea se desmorona y desaparece.


Los muertos vivientes de Robert Kirkman y Charlie Adlard
Diría que la emoción que prima es el miedo. Miedo a la muerte pero también al dolor, a la soledad, a la incertidumbre. Por supuesto, el talento de Kirkman consiste en que, aunque sus personajes hablen mucho, no todo se cuenta a través de diálogos sino intercalando constantes secuencias de acción. 

Pero tras cada pelea o lucha sincuartel contra zombis o humanos viene un pico dramático. En este último número llama la atención la reacción del hijo ante la muerte de la madre, casi borrada de su memoria y que parece desear olvidar. Estos héroes viven atrapados en una paradoja. Su vida es tan brutal que no pueden perder el tiempo enlamentaciones, deben avanzar, reaccionar sin mirar hacia atrás. Pero esa misma falta de sensibilidad acaba anulándolos, vaciándolos por dentro hasta perder todo resquicio de humanidad. El sheriff Rick se enfrenta constantemente a esa contradicción, pero no es la única.

Está también el problema dequién toma las decisiones. Lo que sirve en tiempos de paz resulta inútil cuando se debe actuar sobre la marcha, a la desesperada. Lo mismo nuestra posición ante el castigo y la pena de muerte. En Los muertos vivientes las armas se disparan con facilidad pero toda muerte tiene consecuencias. Por último, si en la serie de televisión la realización y producción están especialmente cuidadas, lo mismo podría decirse del dibujo del comic. Charlie Adlard planifica bien y es perfecto con las actuaciones de sus personajes. Es un excelente narrador que sabe cuándo debe dedicar una y hasta dos páginas completas a un determinado momento de la acción. No sólo eso, debe definir, caracterizar y diferenciar al enorme elenco que Kirkman pasea por la serie. El dibujante consigue mantenernos siempre situados, sin un resquicio de duda respecto a quién es quién. Una verdadera hazaña gráfica.

En fin, es una de esas sagas que ya saben que no deberían perderse.