viernes, 23 de marzo de 2012

Casi Completo. J. Swarte

CASI PERFECTO

Casi Completo
JOOST SWARTE


Ediciones La Cúpula. Barcelona, 2012.
144 páginas, 25 euros.

Continuando con su política de lujosas reediciones y cuidados recopilatorios La Cúpula nos ofrece ahora un integral de Swarte, refinado ilustrador a quien aprendimos a amar en Los Papalagui. Max se encarga de prologarlo.

Max, que estos días pasea su propia retrospectiva por Madrid, define al dibujante holandés como una de sus referencias, un maestro a estudiar y copiar. Swarte no alcanza los rigores geométricos de Ever Meulen, otra de las grandes influencias de Max, pero todos ellos comparten el gusto por las geografías conceptuales, siempre al borde de lo real y con tendencia al desenfreno rítmico, a la repetición de las paralelas y a los abismos axonométricos.

Más allá de esos espacios imposibles hay dos aspectos por los que Swarte sobresale: sus tipografías y su empleo del color. En las primeras se desborda su gusto por las vanguardias, con continuas alusiones a DeStijl y compañía, convirtiendo la frialdad de los experimentos bauhausianos en juego y desparrame caligráfico, siempre a medio camino entre Cassandre y Renner. Revisar sus experimentos caligráficos es una auténtica gozada para cualquier aficionado a las letras. En cuanto al color, sus gamas destacan por su minimalismo y contención. Y aquí sí que gana con creces a Meulen, que siempre resulta menos convincente en el terreno cromático.

Hace años se publicaba una monografía que agrupaba los trabajos de Swarte como ilustrador y diseñador: carteles, portadas, marcas, escenografías, vidrieras, etc. Un conjunto delicioso y lleno de humor, donde la deuda con Hergé se salda a base de ironía y una cierta frialdad postmoderna. Swarte es sin duda uno de los últimos grandes creadores de imágenes y Max acierta al señalar sus raíces vanguardistas, que el holandés exhibe y manipula sin inhibiciones. Pero…

Así como aplaudo sin concesiones la labor gráfica de Swarte, debo reconocer que culminar la lectura de sus historietas me ha supuesto un esfuerzo monumental. Todo lo que resulta sutil y denota inteligencia en sus ilustraciones, se convierte en vulgar y repetitivo en sus comics, que abusan de una violencia siempre gratuita y una voluntad provocadora un tanto repelente. En pocas palabras, el Swarte narrador es un plasta, no tiene ritmo ni sentido de la acción. Su puesta en escena es aburrida y en general nada de lo que cuenta tiene el menor interés. Todo esto, por supuesto, no es nuevo.

Desde los orígenes del medio encontramos una profunda división. Por simplificarlo en un ejemplo me refiero a lo que va de Little Nemo a Prince Valiant. Algunos autores se inclinan por historietas en las que prima lo visual frente al relato, el dibujo frente al texto. Y otros lo subordinan todo al componente narrativo, a lo que se cuenta. Es esta una antigua lucha con partidarios y detractores en ambos bandos. Personalmente, no me parece adecuado inclinarme por ninguna facción si no nos atenemos a los casos concretos. Krazy Kat, un tebeo misógino y futurista en su plasmación gráfica, adorado por autores como Mariscal o el mismo Swarte entre otros muchos, me resulta ilegible y pesadísimo. Pero admiro el ya citado Little Nemo, que apenas cuenta nada pero desborda imaginación y fantasía por cada centímetro de sus barrocas viñetas. Supongo que el ideal estaría en cierta situación de equilibrio, grafismos experimentales que acompañen historias con interés. Pero mientras la discusión se base en polarizar posiciones, sacrificando aspectos narrativos o gráficos, no creo que ayudemos al avance de esta forma de arte que denominamos comic. Swarte, desde luego, quita las ganas de leer más tebeos, aunque sea un extraordinario dibujante… de otras cosas.