viernes, 10 de junio de 2011

Nocilla experience. La novela gráfica.

EL AZAR Y LA NECESIDAD

Nocilla experience. La novela gráfica.
Pere Joan y Agustín Fernández Mallo
Alfaguara. Madrid, 2011.
192 páginas. 18 euros.


El año pasado Pere Joan escribía el guión de Duelo de caracoles, que era transformado en imágenes por Sonia Pulido. Este año cambia de papel, dibujando una adaptación de la novela de Fernández Mallo.

Curiosamente, aunque toda su obra puede calificarse “de autor”, con unas características temáticas y formales muy particulares, Pere Joan nunca ha tenido problemas en colaborar con otros guionistas o dibujantes. Consigue apropiarse de esas historias que no son suyas o llevar a los demás a su terreno. En este caso, aunque realiza una adaptación muy fiel a la novela original, quitando sólo los textos que repetían lo que sus imágenes ya mostraban, sentimos cómo nos transporta a sus asuntos habituales. Esas geografías de la ambigüedad, como esas rocas batidas por el mar donde los personajes de los percebeiros buscan su fortuna y lo blando da forma a lo duro. Pere Joan siempre ha investigado las transiciones, los cruces, las intersecciones, espacios donde una cosa se transforma en su contrario. Por eso su rechazo a las estructuras, a cualquier tipo de rigidez. Fiel a sus intereses, su dibujo avanza en dirección contraria a esa perfección geométrica que subyuga a tantos creadores actuales. Él investiga una blandura servida por un trazo convulso, en el que un conjunto de aristas y esquinas levantan configuraciones aparentemente fofas y con tendencia a la desintegración.
En fin, aquí realiza un buen trabajo, convirtiendo en imágenes textos no tan sencillos de visualizar. Para ello recurre a un lenguaje que ya se había paseado por su monumental Azul y ceniza. Me refiero a esos pictogramas tan personales que intercala con naturalidad en su ya simplificado dibujo. La historia se deja leer gracias a una sabia combinación de imágenes y textos y, a pesar del peso de estos últimos, no puede hablarse de una obra pesada, desde el punto de vista narrativo.

Otra cuestión es el argumento. En sus solapas los editores nos dan algunas pistas de lo que vamos a encontrar: “Harold acaba su última caja de cereales, deja conectada su primitiva videoconsola y decide recorrer Norteamérica durante un lustro. Un tipo que maneja las grúas del puerto de Nueva York diseña una casa para suicidas. En Basora, un marine se enamora de una irakí en el instante en que la encañona. Un tal Julio da forma a una Rayuela alternativa..." Hay muchas otras, de los ya citados percebeiros al tipo que pinta chicles por la calle, pasando por la que viaja en un coche de madera. Fernández Mallo construye un puzzle gigantesco, con sucesos de aquí y de allá, buscando aportar un aire global y cosmopolita a su narración. Todo este rollo collage, transgenérico o, si lo desean, afterpop, según se describe en la contra, es más viejo que el hambre. Hace ya mucho que asistimos a pruebas con relatos no lineales, con mezclas espaciales y temporales donde el protagonismo se divide entre un montón de personajes. No tengo problemas con el procedimiento. Pero sí con sus resultados.

Por un lado, por razones puramente narrativas, de entretenimiento. Al abandonar una estructura convencional y dispersar la atención entre varios protagonistas, el interés corre el peligro de disiparse. Considero que se necesita mucho talento para fabricar una de esas composiciones corales en las que surge un orden entre un montón de voces que se alzan al mismo tiempo. Casos como Plácido del gran Berlanga, o el Tiovivo 1950 de Garci, una película excepcional que funcionaba por acumulación de fragmentos y de la que sorprendentemente nadie habla. Cuando falta esa capacidad para construir un todo a partir de la variedad, como lector pierdo interés y me distancio de lo narrado.
Con esto llegamos a un segundo tipo de razones, aun más preocupantes que las anteriores, puramente formales. No se llega a esta construcción porque sí. A lo largo de toda la narración se insiste en dos conceptos aparentemente opuestos: por un lado la idea del azar que gobierna nuestras vidas. Y por otro una reducción de lo humano a sus términos biológicos y hasta atómicos. Somos parte de un todo y, por tanto, no somos nada. A partir de semejantes premisas, lógicamente, no puede haber relato. Y no lo hay. Sólo una acumulación de anécdotas, de situaciones chispeantes, sorprendentes o excéntricas. Pero nada que pueda interesarnos. Los humanos somos amebas en el microscopio del autor, que narra divertido una sucesión de hechos chocantes. Pues que lo disfrute otro, yo soy incapaz.